miércoles, 10 de diciembre de 2014

Kleinigkeiten: el poder de los detalles


Los detalles lo son todo. Son capaces de cambiar por completo tu día. Tanto para bien como para mal.

Shining in the dark
Que se te rompa  un plato y sientas una terrible impotencia.  Y empieces a preguntarte por qué todo te sale mal y qué pintas aquí cuando ni siquiera sabes cocinar algo medianamente decente. Ahí te das cuenta de que ya no estás pensando en el estúpido plato. Aunque el plato roto ha sido el desencadenante.

Llegar una madrugada a casa, abrir el buzón (sí, una hora y un estado muy adecuados para revisar el correo), y verte una felicitación de España. Y alegrarte y, a la vez, sentir nostalgia. Y, nuevamente, no es por la carta. O, al menos, no sólo por ella.

Abrir la puerta del piso compartido tras un día insoportable de clases y ver que tus compis están poniendo decoración navideña en tu salón. Bendita ilusión infantil. No eres superfan de la navidad, pero estás que das saltos. Y es que tener un auténtico árbol de navidad en tu terraza como en las películas ilusiona bastante.

Un precioso mercado navideño en el centro, con sus lucecitas y puestecillos. Y Glühwein (vino caliente con especias, que, al principio, sabe raro, pero tiene su punto) y dulces, muchos dulces. Y un intento de nieve.

Iluminamos las calles,
por si a nuestras vidas se les pega algo de esa luz
En tu piso, cenas y fiestas navideñas. Chili con carne vegetariano, no sé si muy lógico pero, desde luego, muy rico. Y más tartas (volverás rodando a España, pero bueno, merece la pena), y extrañas bebidas caseras. Pintauñas de colores. Finales de películas que deberías haber visto hace años. Fotos peculiares y villancicos en alemán.

Planes improvisados. Tinto de verano en casetillas de Hauptbahnhof.  Combinaciones absurdas de tranvías. Anuncio de la visita de una buena amiga.


La vida son detalles. Tus recuerdos son pinceladas que conforman momentos fugaces. Palabras inconexas que te transportan a vivencias.

Porque los detalles importan, intentemos, por favor, ser un poquito más detallistas.

P.D: Volviendo a los detalles no tan detalles. En menos de una semana, regresas, como el turrón, a casa por Navidad. ¿Vuelta a la realidad? No tienes muy claro cómo te hace sentir eso.




jueves, 27 de noviembre de 2014

Lust auf Reisen: München

Acariciar al león de bronce
¿Suerte o peligro de volver a Múnich?

Una de las mejores cosas que te permite el Erasmus es viajar. Y, estando en Friburgo, Múnich (München para los germanoparlantes) se vuelve un destino obligado.

Total, cinco horitas de nada en coche. Pues allá que nos fuimos. A un hostel en una habitación de 40 camas. Sí, cuarenta.  Y yo que me quejaba por vivir con 17 personas.

Pero, ya sea porque nos lo habíamos imaginado mucho peor o porque el ser humano se adapta a todo, el caso es que, pese a la indudable existencia de amenos ronquidos e interesantes aromas, el hostel estaba bastante apañado. Además, estás tan cansado cuando regresas, que terminas durmiendo del tirón. Luego te despiertas y ves un “brezel” colgado del perchero, pero eso ya es otra historia.



Por la mañana haces el típico y siempre socorrido “free tour”, que te permite conocer los imprescindibles de la ciudad. Paseando también terminas viendo las típicas curiosidades que habías visto en el archiconocido programita de “Españoles por el mundo”. Que si una cervecería con capacidad para miles de personas, que si los valientes que se dedican a hacer surf en el río, etc.

También el característico frío helador de Múnich, ese concepto de frío que descubres en Alemania (y que me temo aún me queda por descubrir del todo).

Tampoco puedes evitar las comparaciones con tu Friburgo querido. Múnich es una verdadera ciudad. Aquí sí que hay estrés, tráfico y empujones por la calle. Pero también grandes avenidas y monumentos. Una ciudad cargada de historia y cultura. En definitiva, una ciudad grande y una gran ciudad. Por lo visto la leyenda dice que si tocas una serie de estatuas allí, terminarás volviendo a la ciudad. Así que ya veremos.

Dachau,
 Una niebla cegadora

A la vuelta, visita a Dachau. Una niebla que se posa sobre el suelo y sobre los ánimos. Un frío que te cala hasta los huesos y una historia que te taladra las entrañas. Sales de allí y te puedes permitir cambiar de tema mientras te tomas un café. Por desgracia hay mucha gente que todavía hoy en día no puede hacerlo. 

Porque ese frío es su realidad.





Sin duda Dachau y Múnich eran unas visitas necesarias. Viajar es necesario, para conocer no sólo nuevos lugares, sino también nuevas experiencias. Viajando conoces también mejor a la gente, tanto para lo bueno como para lo malo. En definitiva, viajando se aprende. 

Así pues, a seguir viajando y aprendiendo.
 


domingo, 23 de noviembre de 2014

Alles gute? (und nicht nur zum Geburtstag)



Heimat ist, wo das Herz ist”, oder?
Aber wo ist mein Herz?
(al menos tengo decoración para el cuarto)
Y llega el día de tu cumpleaños. Y toca hacer balance de nuevo (Sí, a las personas nos encanta poner etiquetas a las etapas, y machacarnos con ello).

Irremediablemente piensas en todo lo que ha pasado este año. En lo vivido, en lo que ha cambiado, en quienes llegaron y, sobretodo, en quienes se fueron antes de tiempo.

La visita sorpresa de tus padres te ha pillado totalmente desprevenida y, aunque suene un poco cursi, tienes que admitir que ha sido un gran regalo.


Aunque al verles una de las primeras cosas que pensaste fuese “menos mal que ayer me dio por hacer limpieza general y tengo el piso arregladito”.

O que tus padres se empeñen en acompañarte al tranvía a las diez de la noche “porque está oscuro” y tú no puedas evitar sonreír mientras piensas que estás acostumbrada a cogerlo a las cinco de la mañana como si tal cosa.

Ante una situación así, en España te enfadarías y les tratarías de explicar que no tiene sentido, que no pueden protegerte de la oscuridad eternamente. Pero aquí te callas, y les dejas disfrutar del momento, de la apariencia de seguridad y certeza. Porque no te cuesta, porque a veces se agradece.

Home is where one starts from” (T.S Eliot)
 ¿Un punto de partida?
Tras estos días de turisteo también te das cuenta de que en Friburgo no eres una turista. Y eso lo notas cuando tus padres te empiezan a preguntar por la comida alemana o pretenden que traduzcas la carta de los bares al español (como comprenderéis mi vocabulario en alemán no suele incluir palabras como “remolacha” o “aguacate”). Empiezas a ser consciente de que vives aquí. Por eso no habías subido todavía a la catedral (bueno, puede que también por pereza) ni habías probado algunas de las recetas típicas. Porque tienes todo el tiempo del mundo, o, al menos, eso crees.







martes, 4 de noviembre de 2014

Entre el Wanderlust y la necesidad de rutina


Y, casi sin darte cuenta, has pasado el primer mes en tierras germanas; y eso significa que es hora de hacer balance.

Y el resumen de ese balance sería la palabra aprendizaje. Porque aquí aprendes muchas cosas, la mayoría de ellas a base de errores. Aprendes que si no te abrigas lo suficiente, te resfrías (sí, soy un genio). Aprendes que, si no te organizas las compras, te puedes ver un domingo con todo cerrado y la despensa vacía. Aprendes que si pierdes el tren, te quedas dos horas tirada en la estación (podría ser una bonita metáfora de la vida, ¿no os parece?). Y muchas más cosas. En definitiva, aprendes. Porque no te queda otra. Porque ya era hora.

Vistas de Friburgo desde el Schlossberg,
la caminata mereció la pena,

¿nueva metáfora?
Por su parte, la ciudad ha dejado de serte tan extraña y, aunque a veces sigas llegando tarde a los sitios (aunque quién sabe, a lo mejor un día de estos aprendes también a ser puntual), te empiezas a conocer los horarios y las conexiones de trenes. Supongo que debido nuevamente al aprendizaje de esas surrealistas y gélidas esperas en la estación.

Pero conocer la ciudad no es sinónimo de aburrimiento, sino más bien de todo lo contrario. Empiezas realmente a disfrutarla, a fijarte en los detalles, a descubrir vistas y rinconcitos preciosos. Y es que Friburgo es una de esas ciudades que tiene un je ne sais quoi que enamora.

Strasbourg, beauté à la française

Conocer la ciudad (lo cual no significa que vayas a dejar de perderte o de querer perderte) también te lleva a querer explorar nuevos lugares. Y el hecho de que Friburgo esté a media hora de Francia se convierte en la excusa perfecta. Estrasburgo y Colmar, cada una en su estilo y tamaño, han sido los lugares que, hasta ahora, he visitado de la vecina Francia. Y, como no, regreso encantada y con ganas de más. Ya hay proyecto de viaje a Múnich (München para que no nos peguen los germanoparlantes) y a ver lo que sale.

Y, mientras tanto, aquí sigo en mi Littenweiler querido, con muchas ganas de seguir conociendo mundo, con esa sensación de Wanderlust (una de mis palabras favoritas en alemán y que viene a significar algo así como deseo o ansia de viajar y explorar mundo) entremezclada con la necesidad de poner también un poco de orden y rutina en mi vida. Menuda contradicción. Mientras averiguo si ambas son compatibles, aquí dejo, por si ayuda, a Hermann Hesse:


          "Mir ist besser, zu suchen und nie zu finden,
Statt mich eng und warm an das Nahe zu binden..."

                                                      Hermann Hesse






domingo, 26 de octubre de 2014

Atmen

Es regnet,
aber nur manchmal

Tanta fiestecilla tiene sus consecuencias. Si al inicio de las clases y al descubrimiento de que realmente no sabes alemán (al menos no el suficiente para seguir las clases sin amargarte), le sumas un resfriado y unas lluvias semitorrenciales, los ánimos decaen. 

Por suerte, las sopas de sobre y las siestas letárgicas han ayudado, y creo que ya estoy preparada para soportar este clima tan loco.

Si algo puedo resaltar de estas semanas es la variedad. El Erasmus te permite conocer a personas de muchos países, con distintas formas de pensar y de ver el mundo. Y, pese a que vivir en las afueras tenga sus desventajas (sí, me gusta quejarme de Littenweiler), me ha dado la oportunidad única de convivir con alemanes, lo que hace que esta experiencia sea aún más auténtica.


Siempre me ha gustado conocer lugares y a personas diferentes. Y parece que Freiburg, pese a su pequeño tamaño, es el sitio idóneo para ello.

Gente que me inspira, gente diferente, con historias difíciles que te demuestran que tus problemas no son tales, con metas claras o con grandes ilusiones. Conversaciones absurdas y filosóficas a deshoras.

Freiburg,
más grande de lo que parece
(en todos los sentidos)
La gente es diversa y también lo son los sitios a los que ir.

Desde Kagan, una discoteca muy chic con unas vistas increíbles de la ciudad, a cualquier Keller (sótano) perdido en una callejuela; las posibilidades son infinitas.

Los bares de las distintas residencias (admitamos que el de Stusie es el mejor, pero el de Stühlinger también está bien, y los que quedan por conocer…), sin dejar de lado el de la mía, que es chiquitito pero matón. Que lo mismo te monta una fiesta Schlager (de música popular alemana), que un torneo de futbolín, que una fiesta de las Stockwerks (es decir, de las distintas plantas/pisos compartidos en las que está dividida la residencia, que funcionan como equipos y son básicamente otra excusa para montar una fiesta)

Fiestas en la Mensa, que para los que no lo sepáis es el comedor universitario. En España sería absurdo, aquí de lo más normal.

Salidas con mis alemanes a un sitio de música Balkan que, perdonad mi incultura musical, no tenia ni idea de lo que era.

Barbacoas, comidas de domingo en un jardín (pasta, tarta, café y turbante), casetillas de Hauptbahnhof, buses nocturnos inexistentes y surrealismo everywhere.

Para esta semana tocará estar más centrada, aunque ya se sabe: ein bisschen Chaos ist in Ordnung. Mal sehen!!