lunes, 19 de enero de 2015

Surrealismo de interior

 De la cerveza al café y viceversa

Aunque parezca mentira, resulta que en la Erasmus también tienes exámenes que aprobar. Y, nótese el detalle, los exámenes no están en tu idioma, sino en esa lengua que odias pero que a la vez te encanta y con la que llevas ya unos añitos peleándote.

Pese a que tu alemán ha mejorado bastante en estos meses, la cosa sigue costando. Por un lado, conoces “palabras de alto nivel”, fruto de los horribles apuntes carentes de párrafos que te proporcionan tus bienintencionados profesores. Sabes decir “interposición de recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional” pero luego no recuerdas como se dice “tenedor”. Por otro lado mejora también tu “Umgangsprache”, o idioma informal, lo que viene siendo poder decir “cállate la boca” de unas cuatro maneras distintas. Y además en “Dialekt”, concretamente en “Schwäbisch” (con el acentillo típico de los alrededores de Stuttgart). Para que os hagáis una idea, imaginaos a un alemán hablando con acento andaluz cerrado. Pues eso.

Prueba concluyente:
aquí los párrafos están infravalorados
Volviendo al tema del estudio, las fiestas de siete días a la semana dejan paso (muy a tu pesar) a más de siete días de biblioteca y caótico estudio en tu cuarto. Estar despierta un día a las tres de la mañana intentando hacer entrar información en tu cabeza (que encima tiende a oponer resistencia), cuando hace menos de un mes estarías dándolo todo en una fiesta.

Fuera, una llovizna constante a la que ya te has habituado. Ya ni abres el paraguas. Capucha del abrigo, y listo. Grandes descubrimientos: existe la ropa térmica (y se hace necesaria), se puede tomar helado en invierno bajo la lluvia y un rayo de sol por la ventana puede alegrarte el día.

La susodicha tortilla,
 rica sí,
aunque no como la de mi abuela
Otra de las cosas buenas de esta “semi-reclusión” es que te acerca (aún) más a los compis de piso. Dejas de ser la Erasmus, la “Spanierin loca” con un ritmo biológico totalmente descompensado a la que ven de tarde en tarde. Y el surrealismo se traslada de las calles a vuestro salón:

Que una de tus alemanas te enseñe a hacer tortilla de patatas en el horno (a prueba de pifiazos), que en una tarde-noche de supuesto estudio te ofrezcan una cerveza y, acabar con clases de salsa improvisadas. Reír y correr por los pasillos. Pensar que tomar café a las cuatro de la mañana es una buena idea. Aprender a hacer monederos reciclados con cajas de leche.

Sol desde mi ventana,
pequeño gran placer
El estilo de vida de esta ciudad tan verde y tan alternativa engancha y vivir con gente tan variopinta es genial. Muchos días la cocina parece el escenario de una “sit-com”. Imagina en una cocina de tamaño medianito  a siete u ocho personas (suerte que los diecisiete no solemos cocinar a la vez) cada uno cocinando lo suyo y moviéndose y hablando mientras se intercambian ingredientes y bromas. Lo mismo hablan del constructivismo que de la triste vida de una cebolla.




Color del cielo un mediodía cualquiera,
nieve en la montaña,
extraña inspiración
Así todo se lleva mejor. Salir a respirar, (es)coger un camino diferente, 
Genieße den Tag, genieße das Leben“.
  




miércoles, 7 de enero de 2015

Zurück, aber wo?


Cuando decidí empezar el blog, la idea era hablar de mi año Erasmus en Alemania. Pero es que regresar a casa y volverte a ir fuera después de unas semanas, también es parte de la Erasmus. El reencuentro con la familia y los amigos, con esas personas a las que antes veías a diario o cada fin de semana, es una parte más de la experiencia. Los sentimientos encontrados también lo son. Y, si encima a eso le sumamos las fiestas navideñas, ya os podéis imaginar.


Así que este post es un canto a las riñas y las risas, al alcohol y a los llantos, a las canciones que olvidarás al día siguiente y a las personas que recordarás siempre.

El susodicho Brezel
También a que tu familia se dedique a darte de comer por encima de tus posibilidades bajo el pretexto de “niña, aprovecha, que esto seguro que no lo hay en Alemania”. Y a que tu madre incluya unos Brezel comprados en una conocida cadena de supermercados (de cuyo nombre no quiero acordarme) en la cena de fin de año (curioso intento de fusión cultural que al principio los abuelos miraban con cierta reticencia, pero quien sabe, puede que al final se terminen enganchando, tal y como le sucedió a mi madre desde su visita a Friburgo).



Las fiestas navideñas y el cambio de año también traen el correspondiente balance.
Y es que casi todo el mundo (incluida yo) hace balance del año cuando ve que éste se acaba. Tal vez sea un poco tarde, ¿no?

Yo hago ese balance entre un 3 de enero y unas horas muertas en el aeropuerto, cuando ya se ha pasado la resaca de fin de año,  cuando ya se ha caído la purpurina. Malditos días y momentos intermedios.

Y con el cambio de año pretendemos hacer realidad esa frase de “Año Nuevo, vida nueva” Pretendemos poner el cuentakilómetros a cero, resetear nuestro disco duro. Metáforas un tanto manidas que pese a todo siguen siendo nuestro anhelo.

Por eso hacemos planes. Miles de planes. Planes de cambios. Aprender un nuevo idioma, volver a apuntarte al gimnasio, ser más organizada (bueno eso último hace ya años que dejé de proponérmelo). Cada uno tiene  los suyos. Desde el mismo instante en el que los formulamos, sabemos que no cumpliremos muchos de ellos. Pero aun así nos hacen falta. Son nuestra esperanza.

Puede que no podamos volver a ser un libro en blanco (¿acaso alguna vez lo fuimos?). Pero sí podemos escribir una nueva página. Como cualquiera al que le gusta escribir, puedo decir que una historia se marca por los inicios, pero luego avanza sola. Los personajes evolucionan. Y hay cambios, miles de cambios. Y, si os confieso un secreto, resulta que esas son las mejores historias.